sábado, 24 de marzo de 2007

El Astrólogo fingido

de

Pedro Calderón de la Barca




El Astrólogo Fingido representa uno de los periodos más apasionantes e importantes del teatro español. Nos encontramos frente a un fenómeno auténtico, de carácter popular, donde la comedia era apenas una parte de un complejo evento donde asistían todas las clases sociales a una representación que incluía baile, loa, entremés y jácara, que abordaba el terreno de satírico, cómico y erótico. A parte de dramaturgos como Guillén de Castro, Mira de Amescua, Tirso de Molina y Ruiz de Alarcón con una amplia producción dramática, a solo Lope de Vega se le atribuyen cerca de mil quinientas obras y a Calderón de la Barca unas doscientas obras, distribuidas en ciento veinte dramas, ochenta autos sacramentales y veinte piezas menores.

El teatro denominado del Siglo del Oro negó los preceptos clasicistas, dominantes hasta entonces, creando un estilo propio de comedia, caracterizada entre otras cosas por su aparente superficialidad: Miguel de Cervantes, gran antagonista de Lope de Vega, las acusa de “inverosimilitud, necedad, inmoralidad y ligereza”. Estas características que anota Cervantes se deben en parte a que éste fue un género que consideró el gusto del espectador como un rey, y que compuso las obras para este público que, como se ha dicho, no consideraba la tragedia clásica como propia, ya que la tragedia no es ni puede ser cristiana y menos católica: donde hay salvación y optimismo providencial no hay tragedia. España del siglo XVII vivió para y del teatro, dando paso a un arte colectivo donde los actores y espectadores se confundían en una dimensión de la vida y de la magia.

Lope en su magnífico manifiesto artístico “ El arte nuevo de hacer comedias” señala:

40 (...) y cuando he de escribir una comedia,
encierro los preceptos con seis llaves,
saco a Terencio y Plauto de mi estudio
para que no me den voces, que suele
dar gritos la verdad en libros mudos,

45 y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron
porque como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto. (...)

Este fenómeno no se puede entender alejado del barroco, un complejo sistema artístico, que vino a subvertir el orden y equilibrio renacentista. El objetivo artístico del barroco pretendía mostrar la verdad y no la realidad, es decir elaborar una ficción de la vida más verdadera que la realidad misma. Nunca, hasta entonces en el escenario, se crearon tal cantidad de milagros fantásticos, los castillos completos volaban por el aire y se depositaban en el escenario. Las murallas se abrieron apareciendo volcanes de fuego, las montañas se desplazaron de un lado al otro, y esta vida exuberante que se mostraba en el escenario no era considerada teatral sino natural. Multiplicidad de elementos utilizados en las comedias inundaron los hábitos cortesanos, los elementos escenográficos fueron utilizados en los rituales litúrgicos y funerarios y claro está, que los elementos exuberantes de la vida se utilizaron en el escenario.

En el barroco cada personaje, como en el Quijote, elabora una visión particular del mundo que no está sujeta al escrutinio ni censura de una verdad única imperante. Esta visión particular, en la cual se confunde lo real y lo sobrenatural, se convierte artísticamente en una obsesión que procura alcanzar el personaje. Esta concepción barroca del personaje, ávido además por alcanzar lo inasequible y lo sobrenatual, se puede ver claramente en El Astrólogo Fingido. En la construcción o arquitectura dramática del enredo y del equívoco muchas veces se utiliza esta necesidad ciega por alcanzar un propósito personal, agregado a la imposibilidad de entender las obsesiones del otro. Uno de los más emblemáticos personajes del barroco, Don Juan del Burlador de Sevilla y Convidado de Piedra de Tirso de Molina, finalmente no burla a ninguna mujer, simplemente utiliza el ideal de amor, fundado en una obsesión por el matrimonio, que ellas procuran alcanzar y que por supuesto no es el de Don Juan.

El Siglo de Oro dejó un legado compuesto por innumerables obras, crónicas y edificaciones, pero curiosamente no dejó suficientes ilustraciones ni mayores indicaciones para entender el estilo en que se actuaba, es decir no tenemos las claves para entender la forma de su escenificación. La trampa más frecuente ha sido abordar las Comedias de Capa y Espada como si se tratara de un teatro costumbrista, resuelto dentro de una simple formalidad apoyada en la iconografía y boato de los caballeros de la época. También se ha pretendido contrarrestar su aparente superficialidad tratándolo como un teatro sicologista Pero si convenimos en que el barroco no pretende representar la realidad como tal, sino las ficciones de la realidad, tendremos que abordar estas obras como una ficción artística. Es decir es necesario crear un sistema de representación propio, que responda primordialmente a las necesidades de la actuación en verso, a la diferencia de caracteres y que sea espectacular en su representación. Esta es la causa por la cual hemos abordado este Astrólogo a través de la convención de la Ópera de Pekín, tal vez por que el propósito de la Ópera también sea reflejar la vida estilizadamente a través de la ficción. A diferencia del teatro del Siglo de Oro español, la ópera de Pekín es un código de representación muy antiguo que se ha conservado hasta nuestros días, y que nos da una base interpretativa sobre cómo abordar nuestros clásicos que demanda también un estilo, donde todo sea verdad y todo sea mentira.

La fuerza del fenómeno teatral surgido en el Siglo de Oro se debe, en gran medida, a que se creó un espacio dedicado exclusiva y únicamente para la representación: El Corral de Comedias del siglo XVII. Los corrales entran a remplazar los tablados de la época de Lope de Rueda. Estos corrales fortalecieron un patrón literario de amplio rendimiento económico donde los dramaturgos, incluido Calderón, captaron y canalizaron el gusto moderno. Esta organización administrativa, a la postre, condicionó la manera de componer comedias trayendo como consecuencia una cierta uniformidad en la dramaturgia. Este tipo de organizaciones estuvo amenazado constantemente por la censura eclesiástica en un siglo de inquisición y moral, pero que justificó su beneficio social obteniendo ingresos para hospitales. En 1602 una Cédula Real Reglamento de Teatros dispone las normas de arrendamiento y uso de estos espacios. El alquiler de los teatros, incluso no era tan buen negocio, solo era rentable para los dramaturgos y actores de primera línea.

Personas
Don Juan Felipe Pérez Agudelo
Don Diego Jaime Andrés Castaño
Don Antonio –Don Leonardo, Diego Burgos
Don Carlos- Otañez, escudero Diego Robledo
Morón Manuel Viveros
Doña María- Quiteria Margarita Arboleda
Doña Violante Adriana Bermúdez
Beatriz Elizabeth Parra

Músico Mauricio Nieto



Producción
Adriana Bermúdez- Margarita Arboleda
Escenografía.
Zao Fanzi
Vestuario.
Cada Actor el suyo
Utilería
Diego Burgos
Modistería
Magola Hernández
Diseño Gráfico:
Byron Iram Villamil

Dirección
Ma Zhenghog -Alejandro González Puche

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