Un agitador del teatro caleño
Publicado por GACETA del Diario El País de Cali Colombia, Domingo 22 de noviembre de 2009
Por Santiago Cruz Hoyos
Periodista de GACETA
Perfil
Alejandro González Puche es un bogotano formado como director de teatro en Rusia que llegó a Cali para refrescar, desde el Programa de Artes Escénicas de Univalle, el orgullo teatral de la ciudad. Y lo logró. Su objetivo ahora es crear una nueva dramaturgia caleña. Diálogos.
I
Teatro en un país caído. Teatro en un país sin esperanza. Teatro en un país con miedo y con hambre en el que ya no se conseguía pan. Teatro.
El calendario indicaba que era un 22 de diciembre de 1991. Un día antes, el 21, la otrora poderosa Unión Soviética acababa de desaparecer para siempre. Todo el mundo en Rusia andaba con los pelos de punta. Y con un frío que entraba hasta los huesos. Nevaba.
Mientras Mijail Gorbachov y su corte renunciaban a la presidencia de lo que fue la Urss; mientras los líderes políticos de todas las repúblicas soviéticas excepto Georgia firmaban el Protocolo de Alma - Ata que confirmaba en ese 21 de diciembre la extinción de la alianza socialista y la gente se preguntaba qué diablos iba a pasar con sus vidas, un colombiano, a Alejandro González Puche, nacido en Bogotá en 1962, le daba por montar 24 horas después de tanto agite una obra de teatro dirigida por él y basada en un cuento de Gabo: ‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada’.
A la obra, montada en la ciudad Ulan Udé, al este de Rusia, y que interpretaba la historia de Eréndira, una muchacha criada por una abuela que la prostituye, llegaron cientos de rusos y mongoles soviéticos que prefirieron apagar el televisor que los informaba sobre la crisis de su región para salir al teatro y divertirse un par de horas.
Fue un espectáculo, recuerda Alejandro, “bonito”. También interesante por todo el ambiente en el que se desarrolló. Mientras afuera el mundo cambiaba y las calles se tapaban de nieve, adentro, en el teatro Burdrama, un hombre llamado Ulises mataba a puñal a la abuela de Eréndira para quedarse con su amor y estremecía a los espectadores. Hubo aplausos.
Quizá en tono de disculpa o de reproche, el Cónsul de Colombia en Rusia le dijo al director: “A teatro iremos cuando sepamos en qué país estamos”. No se apareció en la sala.
Sin embargo, los rusos y mongoles que abarrotaron el Burdrama anhelaban, por un momento, olvidar la zozobra del mundo. Y quizá fueron por una necesidad de ver al hombre por el hombre. Porque el teatro, dice Alejandro, es eso, una acción antropológica, “un vehículo maravilloso de reafirmación cultural de los pueblos”. Y reafirmarse en la cultura era lo que más necesitaba Rusia en esos días de incertidumbre.
II
Casi 18 años después de aquel suceso Alejandro González Puche aparece sudando y con afán. Lo encuentro saliendo de un salón del piso tres de la Facultad de Artes Integradas de la Universidad del Valle a donde me había invitado para presenciar una de sus clases.
Está sudando a chorros, explica, porque acaba de terminar la sesión de calentamientos en su cátedra.
“Ahora vamos a analizar escenas”, me dice. Entro. Espero. Enseguida el maestro aparece con fotocopias en la mano. “Démole”, grita. Sus alumnos de séptimo semestre de arte dramático entran en escena.
Dos hombres discuten. Uno, un joven afro y fornido como atleta con pinta de soldado (al final me daré cuenta que en la obra es un General y su personaje se llama Escipion) contiende con un compañero sobre un cambio en una estrategia militar para invadir a un pueblo llamado Numancia.
La discusión de los actores parece que va a terminar en una pelea a puños, pero la escena debía ser interpretada de otra manera. “Vengan acá”, dice Alejandro. Los muchachos se sientan en el piso de madera para escucharlo.
-Negro, ¿por qué está bravo tu personaje? ¿Por qué está tan irritado si en la escena sólo hay un cambio de estrategia militar? Los personajes no deben estar bravos. Un General es pura inteligencia. Tenés mucha fuerza, negro. Dosifícala.
Los consejos siguen. El maestro di dice que en una escena hay que alcanzar a dimensionar el drama de una situación para poder transmitirla. Entonces, hay momentos en los que el actor no debe ser racional. Hay momentos en los que debe ser sólo emoción, para pasarla al cuerpo. Además, se deben tener entre ceja y ceja los aspectos formales del lenguaje, los tonos, los acentos, la prosodia. Y hay que llevar la escena hasta el final sin relajarse. “Uno se estrella cuando cree que ya ha llegado”, sentencia.
Después los muchachos se cambian de vestuario para preparar un segundo acto de la obra que están montando, ‘Numancia’, una de las pocas tragedias que escribió Cervantes y que narra la historia de la invasión de un pueblo por tropas romanas que están al mando del General Escipion. Cuando el General cree que va a ganar la batalla, la gente en el pueblo toma la decisión de matarse. “Se da una especie de eutanasia colectiva. Al final, con ese acto de valentía, nadie gana la guerra”, explica Alejandro.
En esas horas de clase se revelaron dos asuntos de su vida. El primero, quizá trivial, es que es un hombre adicto al café. A cada clase lleva un termo lleno de café cargado y en el día, me confiesa, se puede tomar unas 15 tazas.
Segundo, un asunto más relevante. Alejandro González es de esos docentes que sin proponérselo hacen que sus alumnos sientan que se están jugando casi que el destino cuando él analiza y habla sobre el trabajo que hacen. Es de los seres que se admiran como a alguien que parece superior por su experiencia, de esas personas que hay que imitar en la vida y en el oficio. Por eso sospecho que no es por cordialidad sino por un respeto genuino que todo el que lo ve en Univalle no lo llama por su nombre. Le dicen Maestro.
“Lean el capítulo 48 del Quijote para mañana”, indica. La clase termina.
III
Douglas Salomón, docente y director, cree que González Puche ha logrado refrescar el teatro que se hace en la ciudad. Alejandro y el Departamento de Artes Escénicas de Univalle han vuelto a poner a Cali, en materia teatral, en el pedestal en el que estuvo en décadas pasadas con el maestro Enrique Buenaventura a la cabeza.
“El paradigma con el que se trabaja en la Universidad tiene mucho de él y de su formación en Rusia”, dice Salomón. “Además, es un hombre de teatro. Vive por y para el teatro. Como persona es un hombre lleno de humor. Atento a la realidad, es crítico, certero y firme. Lo que tiene que decir lo dice”.
Maurizio Doménici, docente del departamento de artes escénicas de Univalle, tiene un pensamiento parecido. Dice que Puche González despertó al teatro de Cali. Que su gran ventaja por encima de otros directores colombianos es que recibió formación académica en la meca del teatro moderno: Rusia. Y tuvo a su lado a un tremendo maestro, Anatoli Vasiliev, gran referente del arte en ese país.
“Con Alejandro se puso en practica en el programa teatral en Univalle un método de trabajo fundamentado en la libertad del actor y el estudio profundo de las escenas. Uno de sus grandes logros fue la conformación de la Corporación Teatro del Valle, grupo con el que montó obras de relieve como ‘El astrólogo fingido’, de Pedro Calderón de la Barca, y ‘El condenado por desconfiado’, de Tirso de Molina, que le dieron la vuelta a Colombia y el mundo. Es también un observador agudo del movimiento cultural en Cali y un hombre que ejerce un liderazgo sobre los actores impresionante”.
Y precisamente ellos, actores y actrices como Marleyda Soto, co protagonista de la película ‘Doctor Alemán’, aseguran que haber pasado por una clase del Maestro fue trascendental para su formación. “Como director es muy exigente. Ahí radica el éxito de sus montajes. Yo tuve la fortuna de ser formada por él y presenciar varios procesos de montaje y todos apuntaban a lo mismo: largas horas de lectura, ensayo, investigación y creación del personaje hasta conformar la obra”.
Marleyda agrega: “El Maestro le ha dado la oportunidad al público colombiano y extranjero de apreciar clásicos universales a partir de puestas en escena novedosas. Él tiene siempre un punto de vista interesante entre la obra y la forma como ésta puede adaptarse al contexto local. De esta manera el espectador puede conmoverse con obras que fueron escritas hace 300 años pero con situaciones vigentes. Un ejemplo es ‘El condenado por desconfiado’, considerada una joya en el Festival Iberoamericano de Teatro de 2004. Es una obra del Siglo de Oro español, pero que en la puesta en escena se ubica en el Pacífico colombiano”.
En el mundillo cultural de Cali Puche entonces es un hombre que respetan, admiran y hasta aman. ¿Pero quién es en realidad este bogotano que agitó y transformó el teatro en la ciudad y del que poco se escribe en los periódicos? ¿El que en clase promulga que el teatro es pensamiento pero también un arte sucio, pues tiene y representa todas las basuras de la vida? Toco la puerta de su apartamento.
IV
Son las 8: 15 de la mañana. Alejandro saluda y después camina para la cocina. De ahí sale con un termo de café recién colado y dos tazas. Se sienta. Empieza a contar su historia.
Dice que se crió en el barrio La Cabrera. Su padre, Carlos, era un inmigrante español. Eso explica la pinta de europeo que tiene. Su madre, Julia, es costeña. Y tiene un hermano famoso, Carlos, ex jugador y fundador de la Asociación de Futbolistas Colombianos.
De todos los colegios de Bogotá, cuenta entre risas, lo pedían. En realidad de todos lo expulsaban. “Hay cosas curiosas. Empecé en el Liceo Cervantes, del cual salí ilustremente expulsado, y ahora acabo de doctorarme en España en el tema de Cervantes. Uno no le puede huir a su destino”.
Lo del teatro en su vida llegó por ser un joven hiperactivo. Al mismo tiempo que estudiaba en los colegios se metía a grupos de teatro.
Pero su destino lo definió para siempre una obra que le revolcó el alma. Cuando tenía 15 años vio ‘Guadalupe años sin cuenta’, del grupo La Candelaria, estrenada en 1975 y considerada un clásico del teatro colombiano. La obra, en la que participaba la actriz Patricia Ariza y contaba con la asesoría del escritor Arturo Alape, narraba la historia de la muerte del guerrillero Guadalupe Salcedo y el periodo de La Violencia.
“Era una obra exuberante, maravillosa. Había música, había humor, política, sacaban a flote todas las contradicciones del país. Cuando la vi lo primero que me pregunté fue: ¿cómo es posible hacer eso?”.
Y empezó su vida artística en serio. Se vinculó a grupos de teatro de la Escuela Nacional de Arte Dramático en Bogotá. Después entró a estudiar antropología en la Universidad Nacional para no dejar sus responsabilidades de mal estudiante. Estando ahí, mientras cursaba sexto semestre, se presentó un cierre eterno, un año, para remodelar la institución.
“Y me puse a buscar qué hacer en la vida. En esas estaba cuando salió una convocatoria del Icetex para estudiar en Rusia. La convocatoria la llené sin entusiasmo, como por no dejar. En eso, sin haber salido los resultados, volví a entrar a la Universidad y al mismo tiempo salió la convocatoria. Un martes me llaman del Icetex y me dicen: Que tiene que confirmar el viaje de aquí al sábado. Y ahí tuve que convencer a la familia de que me quería dedicar al teatro toda la vida. Además me iba a donde más o menos cocinaban niños y no creían en Cristo que era la Unión Soviética. Pero mi familia entendió. Era 1985”.
Viajó a Rusia, estudió el idioma en Minsk, “una ciudad muy aburrida”, pasó por varios institutos de teatro hasta que llegó a Moscú, a la Academia Teatral Gitis, y estuvo en la compañía teatral de su maestro Vasiliev donde hizo de actor cómico por su acento chistoso al hablar el ruso y su estatura mediana.
“Él me enseñó que el teatro es estructura. Porque la libertad del actor depende de si hay estructura. La estructura se relaciona como con los rieles en los que está construida una escena. El director debe aprender a construir esos rieles que son la circunstancia de la escena, de dónde se origina, qué es lo más importante que pasa. Me enseñó también el sentido polifónico de la escena. Cómo aprender a leer el texto dramático como si fuera una partitura de orquesta”, dice.
Los siete años que estuvo en Rusia fueron afortunados. Las escuelas de teatro parecían conventos y la vida estaba concentrada en la cultura. No se veían bares.
Alejandro se graduó montando ‘Rayuela’, de Cortázar, una obra de donde nació una película. Después regresó a Colombia en 1992 sin ánimos de quedarse. Quería montar en un festival iberoamericano ‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada’ y regresarse. Pero se encontró con Pawel Novinski, un director de teatro polaco amigo suyo que le propuso crear una escuela de teatro en el país. Alejandro aceptó, montó la primera facultad de dirección teatral en Colombia y la única que existe como pregrado, la Academia Superior de Artes de Bogotá, que funciona en la Universidad Distrital.
Después fue nombrado director de la Escuela Nacional de Arte Dramático de donde salieron grandes actores como Robinson Díaz, hasta que, antes de que la cerraran por asuntos políticos (no pudo con ese golpe) se vino para Cali invitado por el Departamento de Arte Dramático de Univalle a escribir otra historia.
V
Sentado en la sala de su casa se toma las últimas tazas de café y reflexiona sobre esas páginas teatrales que ha escrito en la ciudad.
Habla entonces de la Corporación Teatro del Valle, un grupo que nació ligado a la escuela de arte dramático de Univalle y articulado entre estudiantes y profesores. Con el grupo participó como director en cinco iberoamericanos de teatro de manera continua. Estuvo de gira en Rusia, Chile (siete veces), México (tres veces), Estados Unidos (tres veces), Venezuela, Perú, España y Colombia.
En cada teatro al que asistía montaba obras del Siglo de Oro español, una pasión que le nació de una certeza: las raíces del teatro colombiano están en el teatro español. Así fue que se decidió a investigar y montar obras como ‘El astrólogo fingido’, montaje realizado junto a su esposa, Ma Zhenghong, como si fuera una ópera de Pekin; ‘El condenado por desconfiado’, ‘El gran teatro del Mundo’, también de Pedro Calderón; ‘La gaviota’ de Chejov, catalogada por la revista alemana Die Deutsche como uno de los mejores espectáculos presentados de el VI Festival Iberoamericano de Bogotá; ‘El malentendido’ de Camus; ‘Días impares’, de Enrique Lozano…
“El gran logro del grupo fue el haber refrescado el orgullo teatral caleño. Cali ha sido una ciudad determinante para el teatro en Colombia, me atrevería a decir que después de Bogotá es la más importante en el nacimiento de dramaturgias, de grupos, de festivales, pero ese espíritu se estaba perdiendo. Desde la universidad hemos tratado de mantenerlo”.
El método que aplica para tener éxito en sus montajes no tiene muchos secretos. Todo lo fundamenta en la investigación de la estructura del drama, del autor y su contexto. “Nos interesamos en el conflicto de la obra, la identificación y caracterización del héroe principal y la naturaleza de los comportamientos. El teatro necesita encontrar la manera de ensayo y de actuar justa para abrir el universo del autor”, escribió en alguna ocasión.
De su mano y de la del programa de artes escénicas de la Universidad del Valle han surgido entonces una generación de actores y actrices como Marleyda Soto, Martha Márquez y Rodrigo Vélez. “Le hemos insistido a la gente que sea independiente, que armen grupos, que se la peleen. Ahora nuestros egresados están en todos los colegios y universidades enseñando. Hay teatro de empresa, teatro cristiano, hasta en las pizzerías hay teatro. Se ha formado toda una industria cultural desde la Universidad del Valle”.
Lo que hace falta, ante tanto teatro, es tener espacios para exponer, infraestructura. Por eso, recién llegado de España, en donde cursó un doctorado en Siglo de Oro español y montó la obra ‘Pedro de Urdemalas’ de Cervantes en China, viene con la idea de construir una sala de teatro. Y algo más ambicioso: crear una dramaturgia caleña, darle un sello al teatro que se hace en la ciudad y seguir escribiendo más páginas memorables en la historia del teatro en Cali.
domingo, 22 de noviembre de 2009
Un agitador del teatro caleño
Publicado por Laboratorio escénico Univalle en 17:21
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